Una feliz concurrencia de innovaciones tecnológicas ha permitido que películas y series, sobre todo estas últimas, se conviertan en los reyes del ocio personal y familiar. Consumirlas de la manera adecuada, saber elegirlas y, sobre todo, saber criticarlas, hará su disfrute aún más enriquecedor.
- Patatas, fuera. La ficción audiovisual es principalmente un producto de consumo, como lo eran las primeras representaciones de Hamlet o El alcalde de Zalamea. Y estos productos pueden ser de excelente calidad como los citados, o bien una auténtica patata que como mínimo nos hacen perder el tiempo. El primer consejo es, por tanto, ser rápido y decidido a la hora de desechar un mal producto, por muy sugerente que sea la campaña de promoción.
- Estamos solos. Los padres estamos solos a la hora de juzgar la conveniencia de determinadas series para nuestros hijos. Las antes llamadas ‘calificaciones morales’ solo indican el grado de violencia física y situaciones de una violencia psíquica o moral muy descarnadas. Tampoco es fácil encontrar recursos en Internet que se ajusten a los valores o el grado de exigencia de cada progenitor. La buena noticia es que cada familia puede y debe establecer unos criterios generales, flexibles y basados, siempre, en el diálogo intergeneracional.
- Críticas inútiles. La ausencia de recursos de orientación se observa, por ejemplo, en las opiniones de los críticos o expertos. Fuera de casos muy llamativos (por ejemplo, la supuesta relación de una serie con suicidios de jóvenes), el crítico nunca se detendrá a valorar si el lenguaje que se usa es innecesariamente soez, o si se condena sin matices un personaje o una idea legítimos, o si se traslada una visión frívola de la sexualidad adolescente…
- Rodearse de críticos. Hay que ser muy selectivos en las fuentes de información. La experiencia nos ha enseñado que hay personas y medios informativos con muy poco gusto y exigencia. Es posible que encontremos un recurso de Internet que juzguemos útil… ¡a Favoritos! Aunque lo ideal es compartir estas inquietudes con un grupo de padres más o menos afines con los que mantener una comunicación fluida sobre las series que vemos unos y otros, o sobre las críticas que hemos leído aquí o allá.
- Publicidad agresiva. Como bien de consumo las series y películas se apoyan a veces en unas campañas de promoción desmesuradas que son muy difíciles de ignorar. Incluso se diseñan de forma que los jóvenes acaben considerando esas series tan necesarias para la autoestima como unas deportivas de marca, con la diferencia de que las primeras ni siquiera cuestan dinero.
- Disfrutar juntos. ‘La familia que ve la tele unida… permanece unida’. Esta frase no tiene padre pero contiene un consejo más decisivo de lo que parece. Si los padres hacen un esfuerzo por seguir las series o películas de moda de los adolescentes (algunas son muy entretenidas), conocerán sin esfuerzo a qué ideas o situaciones reaccionan primariamente sus hijos; cuáles son las disyuntivas morales que aprenden (es la edad de la ética); qué personajes perciben como modelos o como villanos.
- ¿Ver violencia incita a la violencia? El debate es antiguo y las conclusiones dudosas. Más peligrosas parecen las historias en las que nos identificamos con el vengador, con un mafioso o incluso, con un psicópata justiciero, pero tampoco está claro que eso nos convierta en más vengativos o agresivos de lo que somos por naturaleza. Valores y antivalores sólo se asimilan tras una exposición sutil y constante, y esto pocas veces tiene que ver con la cantidad de sangre o lo que se deja ver en las escenas de sexo.
- Conocer el oficio. La visión de la vida, de las relaciones humanas, de la ética de las situaciones que muestran las series no responden, casi nunca, a intenciones perversas o mandatos ideológicos. Los trucos del oficio, las inercias y el mimetismo creativo lo suelen explicar casi todo. Si los padres no tienen un mínimo de información sobre la naturaleza y los recursos del lenguaje audiovisual, es muy difícil que desarrollen la sensibilidad necesaria para juzgar unos guiones que responden a motivaciones muy diversas, empezando por la rentabilidad comercial.
- Hay series y películas cuyos guiones se esfuerzan por comprender las razones de los que están equivocados (los malos) y las inevitables contradicciones de los que llevan la razón (los buenos). Estos argumentos vienen de perlas para matizar y enriquecer nuestra visión del mundo y de los fenómenos sociales y, por supuesto, para debatirlos en casa.
- La técnica del culebrón es muy antigua y los guionistas de ahora saben cómo utilizarla. Por mediocre que sea la historia, basta con seguir dos o tres episodios para despertar la curiosidad y querer saber un poco más. Y si esto pasa con las malas series… Hay que obligarse a limitar el visionado a un horario y duración concretos. Si los hijos ven que los padres lo cumplen, lo asumirán como un hábito de buen consumidor.
- Personajes íntimos. Son muy pocas las películas que logran anclar en nuestra mente y durante mucho tiempo un personaje ficticio. En las series, en cambio, por banal que sea el guión, la inmersión acaba produciendo una cercanía singular con muchos personajes, y eso nos ocurre a jóvenes y adultos. Esta intimidad hace que acabemos perdonándoles todo: lo que hacen, lo que dicen y hasta cómo lo dicen.
- Modelos familiares. Si hay algo que comparte todo el mundo es la familia, de ahí que la vida doméstica esté tan presente en tantas producciones. En las últimas décadas las series han ido mostrando modelos diferentes al -así llamado- tradicional. Este cambio gusta a unos padres y disgusta a otros, y las dos actitudes son legítimas. Y de acuerdo con las ideas de cada cual, resulta obligado estar pendientes del modelo con que nuestros hijos se ‘familiarizan’.
- Diversidad. Unos se quejan cuando una serie no refleja la diversidad en determinado aspecto, mientras otros creen muchas series la reflejan de manera desproporcionada. Los segundos aciertan en temas como la identidad sexual, cuyo tratamiento parece ser el favorito de muchos guionistas de series adolescentes. Sea cual fuere el enfoque elegido, puede servir para compartir las dudas con los hijos… pero siempre que la trama sea contada con honestidad y, por supuesto, con un mínimo de talento.
- Despertar inquietudes. En la amplísima oferta actual de ficciones audiovisuales hay muchas historias que tratan personajes y hechos reales. Con frecuencia adultos y jóvenes sienten con frecuencia el deseo de saber más sobre ellos, de conocer la realidad desprovista del adorno cinematográfico. Es una costumbre muy sana y que puede y debe compartirse con los hijos porque logra, entre otras buenas cosas, mantener la ficción en el lugar que le corresponde.
- ¿Ficciones? Quien no ha pensado tras ver ‘Solo ante el peligro’ que esta historia puede trasladarse a la realidad más cercana, a nuestro día a día, se ha perdido lo más interesante de la película. En las series juveniles sus guionistas declaran buscar precisamente eso, pero desgraciadamente se fijan más en los comportamientos extremos y en las situaciones más excepcionales. Fuera de esto, los padres pueden encontrar en muchísimas series motivos para hacer ver a los hijos las verdades y mentiras que esconden tantas situaciones ficticias.
- Adicción. Con la televisión generalista y solo dos canales ya existieron casos de adicción patológica a la pantalla; así que ahora con mucho más motivo. Pero se abusa del término ‘serie-adicto’; de hecho un 60% de los españoles se declaran como tales. No, el nivel patológico es bastante más grave porque afecta a la familia, al sueño, al trabajo y al bolsillo. Y la mayoría de los falsos ‘adictos’ ya hace tiempo que tomaron nota, en algún momento, de las nefastas consecuencias de abusar de la ficción audiovisual.
- Provocación. La enorme competencia está obligando a los productores a pensar argumentos y personajes cada vez más originales y heterodoxos, situaciones insólitas, relaciones humanas extremas o simplemente irreales… Lo importante es llamar la atención, convertirse en tema de debate viral y alimentar la expectación por el estreno en la plataforma correspondiente.
- Impaciencia, ansiedad… ¿No has visto la nueva serie sobre zombis del espacio? ¿Y la que ha hecho Scorsese sobre el Libro del Apocalipsis? Y apunta en la agenda que la séptima temporada de Camionero se estrena el 30 de octubre de 2023… Sí, hay un exceso de expectativas, y eso nunca acaba bien. Disfruta y enseña a los jóvenes a disfrutar con serenidad, a dedicar a la ficción una parte pequeñita, proporcionada del corazón y de la cabeza.
- Herramienta pedagógica. No resulta fácil sacar partido a un culebrón turco, pero hay muchas otras series que pueden hacer pensar a los jóvenes si les proporcionamos el contexto adecuado. En la escuela, por ejemplo, en forma de debate o de taller. Está muy bien proyectarles películas clásicas, pero aún mejor es enfrentarles a las historias que están consumiendo esas mismas semanas. Con este formato participativo y, sobre todo, bien moderado, hasta las series más dudosas pueden ser útiles.
- Dibujos animados. Los padres más mayores tienen excusa: en su niñez los dibujos animados eran solo para niños. Los más jóvenes, no. La -ahora llamada- animación se dirige a públicos diferenciados pero, aquí está el peligro, no siempre son obvias las diferencias ni tampoco a los productores les interesa hacer distinciones. Incluso cuando explícitamente se afirma que su público es infantil una serie animada puede ser muy desaconsejable.
- Valores infantiles. ‘Yo no dejo ver películas de Disney a mis hijos porque acaban creyendo que la vida, como las historias de esas pelis, siempre acaba bien’. Los valores de las películas y series de animación pueden y deben estar en discusión, especialmente en el ámbito familiar. Sin llegar al extremo de la cita anterior, lo cierto es que los contenidos infantiles a veces sobrepasan los valores socialmente más compartidos y entran en terrenos muy discutibles.
- Siempre positivos… Las nuevas generaciones no están en condiciones de entender hasta qué punto el fácil acceso a tanta y tan variada ficción audiovisual es un auténtico privilegio, una bendición para el ocio contemporáneo. En lugar de quejarnos por el éxito de algunas producciones, celebremos que hay innumerables series y películas capaces de entretener e instruir a nuestros hijos.