Socializar. El uso de esta palabreja es tan reciente como dudoso, pero en el ámbito de la escuela e incluso de la pedagogía está tan extendida que ya no se puede prescindir de ella. Socialicemos a los pequeños, claro que sí, pero en la forma correcta, en los lugares y con la compañía que los padres conozcan y aprueben.

  1. Ponerse al día. En la Pedagogía actual hay muchos conceptos y términos nuevos para muy pocas realidades auténticamente novedosas. No en este caso porque, sí, hay nuevas formas de que los niños se relacionen que no existían hasta hace muy poquito: segundas y terceras familias, el absorbente mundo de las comunicaciones digitales, innumerables reclamos para disfrutar del tiempo libre fuera de casa…
  1. Sin vergüenza. Empecemos por un clásico que nunca falla: llamar puerta a puerta a la búsqueda de un amigo o amiga para nuestro hijo. ¿Quién no lo ha hecho, en un nuevo vecindario o en el lugar de vacaciones? Pero comienza el curso y damos por supuesto que los hijos socializan. Y es verdad que se encuentran más acompañados, pero eso no es lo mismo que sentirse acompañados.
  1. El anterior solo es un ejemplo de la actitud proactiva que se espera de los padres en -también- la socialización de los hijos. De la misma forma que no les dejamos solos en los estudios, la calidad y cantidad de relaciones sociales y de amistad son igual de importantes que los hábitos y logros académicos. Por eso, es competencia y obligación de los padres en esta materia la vigilancia y, casi seguro, la intervención.
  1. Los niños ya rara vez bajan al parque si no es compañía de adultos y solo en edades muy tempranas. Ahora tenemos las actividades extraescolares, que no es mal sustituto. A muchos peques les da reparo o pereza, o ambas cosas, y no es malo obligarles. A partir de ahí, sin embargo, hay que ser receptivo a las quejas y, si es necesario, cambiar de actividad.
  1. Es un solitario, no hace amigos, pero… ¿desde siempre o partir de determinado momento? El carácter de los niños no es inmutable; hay chicos y chicas muy callados y tímidos que en determinado momento se desmelenan. Y viceversa. No nos apresuremos en sacar conclusiones e incentivemos las relaciones con constancia y delicadeza.
  1. Los otros papás. Hacerse amigo de los padres de los compañeros de clase. Que compartan reuniones de adultos otorga a los hijos de los amigos un plus de confiabilidad. Quizá no hagan amistad pero se adaptarán al entorno compartiendo juegos, o también horas de aburrimiento mientras los padres se lo pasan en grande. En el peor de los casos, cualquier cosa es mejor que pasar un par de horas pegados a una pantallita.
  1. No dar la lata. ¿Es que no has quedado con nadie? No sales con los amigos; venga, sal de casa y… ¡Basta! El niño o joven que no para de escuchar estas exhortaciones acaba por encerrarse todavía más, física y psicológicamente. Si hasta los más pequeños tienen un derecho a un mínimo de autonomía, y especialmente por parte de los padres, la decisión de compartir el tiempo y la intimidad con otras personas debe ser respetada… o al menos debe parecerlo.
  1. Ayuda especial. En situaciones objetivamente graves, como la pérdida de uno de los padres o la separación de la pareja, los afectos de los hijos se trastocan y tienden a la soledad. Y nosotros agravamos esta situación, en parte, porque no nos fiamos de su madurez y, en parte, porque menospreciamos su capacidad de sufrimiento. Y casi siempre es recomendable acudir a la ayuda de un profesional.
  1. De todos se aprende. Son unos cretinos sí, pero también se aprende de ellos. Las amistades no responden a juicios objetivos basados en la conveniencia o la afinidad. Por eso no hay amigos inconvenientes, o al menos mientras no se demuestre lo contrario. Y estas alturas, no tiene sentido juzgar a los amigos de los hijos por sus familias, acento, etnia o estilo de vida. Ojalá aprendan a convivir con las diferencias mejor que los adultos.
  1. No estamos solos. Desde la guardería hasta la ESO los docentes son expertos en esto de socializar. Además, suelen estar muy pendientes de que ningún alumno se quede solo. Y en las tutorías es un tema recurrente. Hay que aprovechar los recursos que nos proporciona el sistema escolar y, si nos son adecuados o suficientes, acudir -sí, otra vez- a la ayuda del psicólogo.
  1. Minucias decisivas. A veces es algún rasgo del carácter del chico o la chica lo que hace más difícil entablar relaciones. A veces solo es cuestión de cambiar algunos modales. Y otras veces el niño o la niña no lo ponen fácil: son acusicas, prepotentes, presumidos… o simplemente tímidos, y la timidez da lugar a muchos malentendidos. Sea cual fuere la causa, debemos corregir y ayudar a los pequeños. En realidad hace falta muy poco para restaurar o empezar una relación.
  1. Pepito no es así. La dificultad puede ser más de fondo: la convicción -cierta o falsa- de ser más listo o más guapo o, todo lo contrario, agobiarse con sucesivos complejos. Son etapas normales que conoce bien la psicología evolutiva, aunque cada menor las vive de una forma. Si las dificultades se enquistan pueden perjudicar el desarrollo emocional. Hay que empezar a preocuparse cuando nos escuchamos decir: “Es que Pepito es así”.
  1. En equipo. En el deporte, en el aula o en la sala de estar, todo grupo reducido con unas reglas y unos objetivos comunes constituye un impagable campo de ejercicio psicopedagógico. El deporte de equipo es especialmente adecuado para compartir metas y entenderse sin palabras, pero no todos los chicos y chicas han sido llamados por la psicomotricidad: los juegos de mesa, incluso las cartas sacan lo mejor -y lo peor- de pequeños y grandes.
  1. Puede que el voluntariado se esté convirtiendo en casi una obligación para todo joven de familia biempensante, y hasta en un requisito para el currículo. Puede ser, pero por dudosas que sean las motivaciones, una vez probado el trabajo social se comprueba que nada tiene que ver con pagar la cuota de una ONG (que también duele). Desde muy jóvenes los hijos tienen oportunidades para acceder a la riqueza de las relaciones con la personas desfavorecidas y con otros voluntarios.
  1. Josep Pla distinguía entre amigos, conocidos y saludados. Las diferencias se van aprendiendo con los años, pero intuirlas desde pequeños nos ayudará, por ejemplo, a no separar a la gente entre amigos y enemigos, o a apreciar y cultivar el -potencialmente- vasto y productivo mundo de los conocidos, incluso de los saludados. Unos padres abiertos, un hogar accesible para todo tipo de personas es la mejor escuela de socialización para los niños.
  1. Amigas, amigos. Los chicos tienen amigos y las chicas, amigas. Aunque hay excepciones, como en todo, y ni mucho menos desaconsejables. Pero que no se establezcan amistades profundas no significa que no haya que relacionarse de una manera natural con el otro sexo. Las prevenciones de los pequeños empiezan, además, mucho antes de llegar a la adolescencia, y los padres pueden y deben facilitar la socialización entre niños y niñas.
  1. Hay grupos de amigos antisociales, porque sólo valoran a sus miembros y que se definen precisamente por menospreciar todo lo que está fuera de ese círculo o no responde a sus intereses. Más allá de que suelen ser conflictivas, las relaciones en estas camarillas no son sanas y las amistades acaban siendo volátiles. En muchas ocasiones los chicos y chicas necesitan que alguien les abra los ojos.
  1. Con la bajísima natalidad de nuestro país, las relaciones entre primos deben cuidarse y fomentarse, porque hay poco donde elegir. No tiene por qué surgir una auténtica amistad entre los chavales, basta con que se traten con familiaridad y confianza. Y es un recurso sencillo para ampliar el campo de conocidos, intereses y ambientes a los que no accedemos desde la familiar nuclear.
  1. Resignación activa. Con Internet todo es más rápido, lo bueno y lo malo: las relaciones, los enfados, las envidias, las nuevas amistades, los detalles de compañerismo, las puñaladas traperas… Contra eso no podemos hacer nada, excepto vigilar que el tráfico de comunicaciones se mantenga dentro del entorno habitual de los menores o, sin salir de él, que no se compartan bulos, difamaciones o contenidos muy inapropiados.
  1. Un peligro muy real. Con Internet el menor también corre el peligro de solapar la soledad con incontables recursos que pueden satisfacer las aficiones propias durante horas y horas. O en el peor de los casos, sustituir las relaciones de verdad por interlocutores desconocidos. Hay que enfocar el problema, si lo hay, lejos de las redes, porque estas son, en la mayoría de los casos, solo un reflejo de las relaciones entre los jóvenes. O de la escasez de relaciones.
  1. Las amistades infantiles y juveniles son poco estables (las relaciones adultas duran más solo porque la vida nos obliga a dosificarlas), a veces se rompen de forma dramática y, aunque los motivos nos parezcan triviales, los niños y jóvenes sufren de verdad. Y algunos sufren hasta el punto de empezar a dudar de las bondades del mundo exterior, y se refugian en la familia, en el ordenador y en sí mismos.
  1. Es lo natural. Hasta aquí hemos dado por supuesto que los hijos deben socializarse; es más, no hemos señalado ningún riesgo por exceso. ¿Será este el único aspecto de la educación en que no hay que preocuparse por los límites? Seguro que hay especialistas que los han detectado, pero el ser humano se caracteriza precisamente por la sociabilidad, y solo con ella podemos aprender, crecer, madurar, incluso sobrevivir.
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