Es probable que la primera vez que lo escuchemos nos sorprenda: hay niños que hacen vídeos en YouTube abriendo regalos o probando juguetes, con miles de seguidores y millones de visualizaciones. Esto, que comenzaría como algo puntual en el auge de los youtubers, se ha convertido en una mina de oro para algunos de estos niños y sus familias.
En el año 2019, Ryan, un niño de ocho años ha sido el youtuber que más dinero ha ganado, por segundo año consecutivo. Este niño ha superado los 26 millones de dólares según la revista Forbes, situándose por encima de muchos gamers, cómicos y otros adultos que prueban productos o generan entretenimiento.
La pregunta que podemos hacernos ante esta noticia es ¿cómo es posible que un niño de esta edad tenga esta posición mediática y esas ganancias? Y la respuesta no es otra que el papel que han jugado sus padres en este proceso, poniéndole delante de la cámara y dándole un rol y un medio. La segunda pregunta es ¿es esto bueno para el niño? Aunque es evidente que hay unas ganancias económicas, el impacto a nivel social, emocional y afectivo del niño es muy importante y debemos valorar los efectos sobre ellos.
Es cierto que hay una serie de competencias (ahora que se han convertido en el centro de la educación) que se pueden trabajar por este canal, como las habilidades de hablar en público, enfrentarse a una cámara, elaborar y recordar un guión… pero los costes son altos, y puede repercutir en la sobreexposición de los niños, la autoestima si las críticas y comentarios son negativos en un medio que supera los estímulos que nuestros hijos pueden asumir, fama sin madurez para asumirla y el hecho de que la imagen del niño queda pública a todos los efectos.
Por ello, padres y profesores son los primeros responsables del uso que se hace de la imagen de los niños y de la posibilidad de que estén o no presentes en las redes. Y no solo es una responsabilidad sino también un regalo, puesto que el cómo se acercan los niños a las redes sociales y al mundo digital es decisión nuestra.
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